¿Quién no ha estado alguna vez en una
situación parecida a la siguiente?:
Vamos a comprar al supermercado con nuestro
hijo. Pensamos: “Sólo será un momento, cogeremos tres o cuatro cosas que nos
hacen falta”. Tras media hora buscando
esos productos indispensables de los que sólo hemos encontrado un par, el carro
está cargado “inexplicablemente” de cosas que no necesitábamos. Cansados de
discutir con nuestro hijo a cerca de la necesidad de comprar galletas en las
que regalan pegatinas de su serie favorita, decidimos pasar por caja a pagar.
Pero,
¡qué casualidad!, en la línea de cajas están “estratégicamente” situadas
numerosas golosinas, a cuál más apetecible para un niño. A pesar de nuestros
intentos de despistar a nuestro hijo, él
ya ha divisado esos cacahuetes recubiertos de chocolate que tanto le
gustan. A continuación mostraré unos dibujos en los que representaré cómo
podría ser ese “diálogo” interno nuestro y del niño, es decir, qué pensaríamos.
El niño, con esa cara de “angelito” que
sólo él sabe poner, nos dice:
-“Papi,
mira cuántas chuches. Me compras una, porfiiii?
Su tono es tan dulce que hasta nos sabe
mal decirle:
-“No cariño, papá no lleva demasiado
dinero, y ya hemos comprado muchas cosas”.
-“Papi, te acuerdas cuando ayer me porté
bien y me dijiste que era un campeón?”-nos dice, tirándonos del jersey para que
le miremos-“comprámelaaaaas “
-”Si,
recuerdo, pero de verdad que ahora no puedo…”-contestamos, tratando de
disimular nuestro enfado por la lentitud de la cola.
-“Hijo, deja las chuches ahí, que enseguida
nos toca y nos vamos a casa. Qué dibujos quieres ver mientras meriendas?”-nuestros
intentos por despistar su atención no funcionan, y el niño sujeta la bolsa con
fuerza mientras intentamos quitársela de las manos.
-¡Ningunos, yo sólo quiero las chuches!- su
tono de voz se eleva y, sin darnos cuenta, también el nuestro al pedirle que
las suelte.
-Venga,
Pedro (a estas alturas ya no es tesoro, o cariño, sino que le llamamos por su
nombre, en el mejor de los casos), “tienes que dejar eso en su sitio, nos va a
tocar enseguida”. Nuestro tono de voz, lejos de ser enérgico, se vuelve
titubeante, pues intentamos que ese
“espectáculo” que está dando nuestro hijo
pase lo más desapercibido
posible. Pero el niño grita y llora repitiendo que quiere las chuches.
La
rabieta del niño va en aumento. Los gritos y las patadas, una de las cuales
llega a alcanzar a la señora que va
detrás de nosotros y que ahora nos mira con cara de pocos amigos, se hacen
“insoportables”. Nuestra paciencia llega al límite y, ante tan bochornoso
espectáculo, cedemos y dejamos que se quede con las chuches.
-Bueno…vale,
pero sólo hoy (eso no nos lo creemos ni nosotros).
Nuestro momentáneo enfado se transforma en alivio, pues la rabieta ha
cesado. La cola parece que va avanzando, el niño se calla… Niño feliz, papá feliz…al menos de momento.
Esta situación podría quedar como una mera anécdota, una de tantas que
nos suceden con los niños. De hecho, las rabietas forman parte de su desarrollo
evolutivo y son totalmente “normales”. Pero ¿qué ocurre si esto sucede a
menudo, ya no sólo en el supermercado, o cuando vamos a cualquier otra
tienda, o en casa, en el cole…y las rabietas van
subiendo en intensidad (chilla y patalea cada vez más fuerte, pero también
rompe cosas o intenta pegar a los demás) y, lejos de mejorar, se va agravando?
¡Rebobinemos! En el ejemplo anterior habíamos dicho que no le
comprábamos las chuches, pero su insistencia (gritos, lloros, patadas) acaban
sacándonos de nuestras casillas y, finalmente, ese “NO” acaba transformándose
en “SÍ”. La mente del niño crearía la siguiente asociación:
Papá dice que NO → lloro, pataleo… → papá dice que SI
₌ consigo lo que quiero.
Vaya, ¿se os había ocurrido mirarlo de esta manera? Las rabietas a menudo son el medio para conseguir lo que
quieren cuando la respuesta a su petición es un NO, los niños APRENDEN a actuar así.
Si
comprendemos esto, encontraremos la tan buscada “SOLUCIÓN”: Hacer que aprenda que
con la rabieta NO conseguirá lo que pide. Si no le “funcionan”,
¿para qué malgastar energía?. Pero ¿CÓMO?
Es
algo que muchos papás se preguntan. La teoría es muy sencilla: ante la rabieta de un niño que no acepta un
NO por respuesta, deberemos mantener ese NO hasta el final.
Parece
fácil, ¿verdad? Quizás ahora algunos papás preocupados por el tema estéis
pensando: Ha llegado el momento, no lo aguanto más, voy a solucionarlo… ¡ya!
¡EHHHHHHH...!
Antes de lanzaros a esa aventura (os aseguro que lo será) debéis saber algo
más:
- Un niño “acostumbrado” a tener rabietas
para lograr las cosas no nos lo va poner nada fácil. Es más, cuando se de
cuenta de que hemos decidido mantenernos firmes y no ceder a sus caprichos… ¡preparaos
para el “chaparrón”! Subirá la intensidad de la rabieta (ej. puede que ahora no
sólo grite y patalee aún más fuerte, sino que también empuje e intente pegar).
Pensadlo, es lógico que el niño piense: “¿Por qué no funciona, será que no
estoy chillando lo bastante fuerte?” Será en ese momento cuando, armándoos de
kilos y kilos de paciencia, trataréis de “NO
CEDER”.
- Mantened un tono enérgico pero sereno. Nada de voces temblorosas que demuestren
que estáis dudando.
- Si el niño trata de agredir o romper cosas,
lo sujetaremos o retiraremos aquellos objetos potencialmente
peligrosos de de su alcance para que no se haga daño él ni los demás.
- Con
una razón es suficiente
(ej. “no compramos esa pelota porque en casa ya tienes una”). Nada de
enzarzarnos en un “diálogo de besugos” con el niño, como podría ser:
“-Que sí, papá”.
-“Que no, hijo”.
-“Porfa, papi”.
- “No puede ser”.
-“Pero yo lo quiero”.
… y así podríamos seguir… ¡muuuuucho más!
Con todo esto lo único que conseguiremos es ponernos todos más nerviosos.
- Hablad con los abuelos, tíos… para que todos actúen igual con el niño. Si
nosotros aguantamos el “chaparrón” pero luego el abuelo le da al niño lo que le
pide a la primera lagrimita (“ay, pobrecico, no llores que el abuelito te lo
da”) será difícil que el niño deje de tener rabietas.
- Si tenéis un mal día y no os sentís con
fuerzas para mantener el NO, es preferible evitar
situaciones conflictivas (por ejemplo, si sé que al entrar a la pastelería
con el niño me va a pedir el huevo de chocolate, compraré el pan cuando no vaya
con él o se lo encargaré a otra persona).
- Probablemente
la mejora tarde un poco en llegar, pero si os mantenéis firmes (recordad que si
en alguna ocasión cedéis estaréis dando pasos atrás), poco a poco las rabietas
irán disminuyendo y haciéndose menos fuertes y frecuentes, pues el niño habrá
aprendido que no le sirven para nada.
- Recordad que las rabietas le sirven al niño para conseguir algo, ya sea algo material, como un juguete o un dulce, pero también otro tipo de cosas, como
que les dejemos quedarse un rato más en el parque, o escabullirse de comer algo
que no les gusta.
- No
temáis decir NO a vuestro
hijo. Si así lo habéis decidido,
manteneros firmes no os hará malos padres, sino que le ayudaréis a aceptar que
no siempre en la vida obtendremos un SI a nuestros deseos. Eso les ayudará a
valorar lo que SI consigan, y a no ser unos niños desagradecidos que no toleran
la frustración. Quizás deberíamos analizar las razones de que a muchos papás
les cueste responder con un NO a su
hijo…pero dejaremos eso para otro artículo más adelante.
- Por último, tened en cuenta que un niño que
lleva mucho tiempo manifestando rabietas y con un temperamento más “difícil”,
probablemente tardará más en mejorar que otro cuyo “historial” es más corto, y
con un temperamento más “tranquilo”. De ahí la importancia de actuar como padres lo antes posible, para evitar que este tipo de situaciones se
conviertan en un verdadero problema.
- De igual manera, sabed que estas
recomendaciones pueden ser útiles
siempre y cuando no exista un problema más grave de fondo como una
discapacidad o algunos trastornos que cursen con problemas de comportamiento,
en cuyo caso se requerirá la ayuda de un profesional.
Ojalá esta información os sea de utilidad
y, sobre todo, ¡ÁNIMO a todos
aquellos que lo pongáis en práctica!
Olga Esquiva