En una ocasión, cuando trabajaba en una Escuela Infantil, observé a la apurada mamá de una niña que le pedía a una de las educadoras algo en voz baja. La niña gritaba y pataleaba mientras la madre trataba de quitarle algo de las manos. Entonces, la educadora cogió a la niña y, tras unas cortas palabras, la niña soltó el objeto y se lo dio a la profesora, que entonces se lo devolvió a la madre. A continuación, la pequeña cogió de la mano a la educadora y entró tranquilamente en su clase, charlando y riendo como de costumbre. La cara de asombro de la madre era un "poema". Luego me enteré de que el objeto que traía la niña era un cortaúñas que había cogido del neceser de la madre y que, según ésta, "no había manera de quitarle". Vaya, ¡menuda fuerza debía tener la niña con solo 2 añitos!
Esto podría ser una mera anécdota divertida, de no ser porque luego la madre quiso saber el "truco" de la educadora para ponerlo en práctica, porque situaciones como esta en las que "no podía con la niña" se le presentaban cada vez más a menudo, y estaba realmente preocupada.
Le explicamos que la niña sabía que al "cole" no se podían traer objetos ni juguetes de casa. Esta era una norma que debía cumplirse siempre, y si en alguna ocasión un niño traía algo, la profesora lo guardaba para entregárselo luego a los papás. Por más que el niño llorase o patalease, nunca se le permitía quedárselo.
Entonces, la madre reconoció que para ella era muy difícil imponer NORMAS y LÍMITES a su hija. De hecho era incapaz de decirle "NO" a nada...
NO.
¿Por qué para algunos padres resulta tan difícil de pronunciar?
NO. Con tan sólo dos letras, este monosílabo
aparentemente corto y sencillo parece ser una palabra que muchos padres evitan
pronunciar a toda costa ante las
peticiones de sus hijos. Las razones para ello son variadas. Algunos padres,
quizás basándose en sus propias carencias, creen que a sus hijos no debería
faltarles NADA, y tratan de facilitarles TODO lo que está al alcance de su
mano. Otros se sienten culpables porque, ya sea por circunstancias como el
trabajo, o en los casos de padres separados, no pueden dedicarles todo el
tiempo que les gustaría e intentan que cuando estén con ellos, sus hijos sean
“felices”. ¿Cuántas veces habremos oído aquello de ”Si es que, para un ratico que está conmigo…”?
También los hay que temen las consecuencias de pronunciar tan temida palabra
ante un niño (“¡Uf, No veas cómo se pone si no se lo doy!, ¡Me monta una…!).
Puede
que, a corto plazo, esos papás consigan aplacar sus sentimientos de culpa,
además de evitar alguna situación bochornosa debida a una tremenda rabieta. Quizás
crean que rodeando a sus hijos de SIes les hacen niños “felices”. Pero nada más
lejos de la realidad.
Pongámonos en su lugar. Si un niño desde
pequeño consigue todo lo que quiere, y apenas escucha un NO por respuesta, es normal que se
vuelva caprichoso y egoísta. Puede que su entorno más cercano (papás, tíos,
abuelos…) pueda proporcionarle muchas de las cosas que pide (la natilla de
chocolate porque no quiere más lentejas, ir al parque cuando él quiere, que le
compremos las cartas de su serie favorita cuando pasamos junto al quiosco del
barrio…).
Pero,
¿qué ocurre cuando se convierte en adolescente y lo que desea es que la chica
que le gusta quiera salir con él? Entonces, esos padres que hasta ahora se lo
han dado TODO se sentirán impotentes si la respuesta de la chica es un NO. Para
un chico poco o nada acostumbrado a oírlo, ese NO puede provocar sentimientos
muy negativos, como una gran rabia que le haga manifestar comportamientos
agresivos, o sentirse sumamente triste y presentar síntomas depresivos.
La razón es la siguiente: Cuando un niño pretende conseguir algo (por ejemplo, unas chuches que ve al pasar junto al quiosco) y su papá/mamá se lo niegan (diciéndole por ejemplo: “Cariño, ahora no puede ser, papá/mamá no lleva dinero”), tendrá que enfrentarse a unos sentimientos negativos (rabia, ira…), que deberá aprender a controlar, desarrollando una TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN. Al tratar de evitar a toda costa que los niños pasen por estas situaciones “desagradables”, aunque la intención de los padres sea buena, les están dificultando que adquieran esta habilidad tan indispensable en la vida adulta.
Al fin y al cabo vivimos en sociedad, y hemos de acatar algunos límites y normas establecidos (así por ejemplo, hay unos límites de velocidad determinados, unos horarios de trabajo establecidos…). Aquellos adultos que han sido niños a los que apenas se les han impuesto límites, pretenderán seguir haciendo “lo que les venga en gana”, y es entonces cuando surgirán los problemas. Estos pueden incluir desde conductas agresivas, al no saber manejar el sentimiento de rabia, hasta síntomas y comportamientos depresivos. Todo ello fruto de no haber aprendido a TOLERAR LA FRUSTRACIÓN.
La razón es la siguiente: Cuando un niño pretende conseguir algo (por ejemplo, unas chuches que ve al pasar junto al quiosco) y su papá/mamá se lo niegan (diciéndole por ejemplo: “Cariño, ahora no puede ser, papá/mamá no lleva dinero”), tendrá que enfrentarse a unos sentimientos negativos (rabia, ira…), que deberá aprender a controlar, desarrollando una TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN. Al tratar de evitar a toda costa que los niños pasen por estas situaciones “desagradables”, aunque la intención de los padres sea buena, les están dificultando que adquieran esta habilidad tan indispensable en la vida adulta.
Al fin y al cabo vivimos en sociedad, y hemos de acatar algunos límites y normas establecidos (así por ejemplo, hay unos límites de velocidad determinados, unos horarios de trabajo establecidos…). Aquellos adultos que han sido niños a los que apenas se les han impuesto límites, pretenderán seguir haciendo “lo que les venga en gana”, y es entonces cuando surgirán los problemas. Estos pueden incluir desde conductas agresivas, al no saber manejar el sentimiento de rabia, hasta síntomas y comportamientos depresivos. Todo ello fruto de no haber aprendido a TOLERAR LA FRUSTRACIÓN.
Llegados
a este punto los padres, lejos de comprender todo esto, se sentirán dolidos. Pensarán que ellos se han volcado tratando de dárselo TODO a sus hijos, y éstos, lejos
de agradecérselo, les reprocharán aquello que no pueden darles y les culparán
de lo malo que les ocurra.
Dejemos
pues, de lado, creencias como que si no complazco a mi hijo en TODO lo que
pueda soy un mal padre, o que me querrá menos si no le doy siempre lo que
quiere. En este sentido, debemos llevar cuidado con el “chantaje emocional” al
que muchos niños recurren para lograr lo que piden (por ejemplo: “Mami, ¿no me
lo das? ¡Pues ya no te quiero!”). Algunos son auténticos maestros en el arte
del chantaje. Es normal que ellos prueben maneras de conseguir las cosas, pero
no olvidemos quién es el adulto. Somos los padres quienes debemos decidir dónde
poner los LÍMITES:
No se trata de bombardear de NOes a los niños y pasar al extremo contrario, sino de ayudarles a comprender que a menudo SÍ se pueden conseguir ciertas cosas, pero que hay otras que NO pueden hacer o que NO podemos darles.Y lo hacemos porque como padres consideramos que es lo correcto. Lo haremos siempre tratando de mantener la calma y manteniéndonos firmes, a pesar de las probables manifestaciones de oposición por parte de nuestro hijo (frases de protesta, rabietas...). Es conveniente que les demos una explicación ("Hijo, no puedes jugar con la pelota en el salón porque podrías romper algo"), evitando en lo posible frases como: "Porque lo digo yo y punto" (creo que todos sabemos la rabia que produce oír esto). Y si es posible le ofreceremos alternativas ("¿Por qué no juegas con la pelota en el patio?"). Nuestra labor será ayudarles a controlar esa ira, haciéndoles ver que comprendemos que no les guste nuestra respuesta, pero que deben aceptarlo, y que sus conductas agresivas y de desobediencia no les llevarán a conseguir que cambiemos de opinión. El castigo será nuestra última opción (explicaremos cómo aplicarlo para que sea eficaz en artículos posteriores).
No se trata de bombardear de NOes a los niños y pasar al extremo contrario, sino de ayudarles a comprender que a menudo SÍ se pueden conseguir ciertas cosas, pero que hay otras que NO pueden hacer o que NO podemos darles.Y lo hacemos porque como padres consideramos que es lo correcto. Lo haremos siempre tratando de mantener la calma y manteniéndonos firmes, a pesar de las probables manifestaciones de oposición por parte de nuestro hijo (frases de protesta, rabietas...). Es conveniente que les demos una explicación ("Hijo, no puedes jugar con la pelota en el salón porque podrías romper algo"), evitando en lo posible frases como: "Porque lo digo yo y punto" (creo que todos sabemos la rabia que produce oír esto). Y si es posible le ofreceremos alternativas ("¿Por qué no juegas con la pelota en el patio?"). Nuestra labor será ayudarles a controlar esa ira, haciéndoles ver que comprendemos que no les guste nuestra respuesta, pero que deben aceptarlo, y que sus conductas agresivas y de desobediencia no les llevarán a conseguir que cambiemos de opinión. El castigo será nuestra última opción (explicaremos cómo aplicarlo para que sea eficaz en artículos posteriores).
Todos
queremos lo mejor para nuestros hijos. No les neguemos nunca un beso, un
abrazo, una muestra de cariño, una frase reconfortante cuando se encuentren mal,
un cuento antes de irse a dormir… Pero recordad que hemos de ir estableciendo unos límites y normas, los cuales no están reñidos
con amor y cariño; todos forman parte de una educación sana y responsable.
Un padre debe transmitir a su hijo que lo
quiere y lo adora, pero también enseñarle a respetar unas normas, a pesar de
que eso implique, a corto plazo, pasar por unas momentáneas situaciones incómodas
(berrinches, rabietas…). A largo plazo le estaremos
ayudando a lograr una verdadera
felicidad, que no se base en los caprichos materiales, si no en valorar
sus propios logros y apreciar realmente
aquello que los demás les proporcionan.
Os invito a reflexionar sobre ello con una frase:
Os invito a reflexionar sobre ello con una frase: